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En primera persona: "Federico, fuiste mío un verano"

Por Alberto Leonelli  Alberto, en aquellas épocas El caluroso y húmedo sábado 23 de enero de 1989 fue una jornada memorable en muc...


Por Alberto Leonelli 
Alberto, en aquellas épocas
El caluroso y húmedo sábado 23 de enero de 1989 fue una jornada memorable en muchos aspectos.
En el contexto socio-político del país fue el terrible y sangriento levantamiento carapintada contra el gobierno democrático de Raúl Alfonsín y su posterior y vil represión. En lo personal, ese día fue el cumpleaños de mi amiga Mariela y su increíble fiesta organizada ex profeso sólo para cuatro personas: ella, una amiga cuyo nombre no recuerdo, yo y… Federico.
Yo tenía 24 años, era estudiante de la Escuela de Arte Dramático, algunos kilos menos que ahora, el cabello ondulado (¡sí… ese era mi pelo natural!). Hacía casi 4 años que había salido a los tumbos del placard por primera vez y no había experimentado, todavía, una historia o relación significativa en esa terrible era del Sida… Hasta que lo vi a él o, mejor dicho, nos vimos.
Federico tenía 20 años y era estudiante de Bellas Artes. El era toda una escultura en sí mismo. Un David alto, de hombros anchos, pelo lacio, rubio y de ojos celestes… una mezcla del dios nórdico Thor y un guerrero normando medieval… Era un sueño hecho realidad… y se había fijado en mí… ¡Increíble para ser real!
Intercambiamos direcciones y teléfonos fijos (no había celulares, e-mails o facebook) y nos encontramos a la semana siguiente. Me invitó a su casa de Belgrano (ahora conocido como Las Cañitas) y entramos sigilosos y furtivos porque sus padres y hermanas estaban durmiendo. Entonces, en la penumbra de su habitación nos besamos, transpiramos y chupamos apasionadamente, tan apasionadamente que él enseguida acabó.
Fue mágico y misterioso, parecíamos dos adolescentes en fuga, éramos Romeo y Romeo. Tuve la clara sensación de que los planetas de nuestra constelación comenzaban a alinearse y de que mi vida cobraba un nuevo y poderoso sentido. Yo no caminaba por las calles, sino que flotaba: era la primera vez que me estaba enamorando…y era correspondido.
Recuerdo que la llamé a mi vieja desde un teléfono público de Entel en Almagro, puse las fichas y sabiendo que disponía de pocos minutos le dije extasiado: “¡Mamá, estoy enamorado!”.  A lo que ella respondió: “¿Y quién es la chica…?”. Hubo un silencio eterno de breves segundos y yo le espeté con toda naturalidad: “¡Mamá… es un chico, es hermoso y nos queremos!
No teníamos un mango y tampoco nos importaba, yo estaba desempleado y él no laburaba, pero nos arreglábamos para ir al cine y al teatro under juntos. Si hasta inclusive estuvimos sentados, tomados de la mano, en el mítico Mediomundo Varieté de la Avenida Corrientes, viendo al gran Batato Barea.
Alberto, de paseo por el puerto
Me invitó a pasar un fin de semana con él y su familia en Chapadmalal, lo que justo coincidió con el cumpleaños de mi vieja. Viajé para Maipú y recuerdo que, sentados a la mesa de la cocina de mi casa familiar, les dije a mis viejos, con tono claro y decidido, que no me iba a quedar, que estaba de paso, que me había enamorado, que sabía que no tenía un centavo pero que no me iba a perder por nada del mundo lo que me estaba sucediendo. Ellos, entre atónitos y resignados, no tuvieron más remedio que convalidar semejante desplante. Mi viejo solo atinó a decirme: “Alberto, hacé lo que quieras pero por favor no me traigas a ningún chico a esta casa…”.
Aaah Chapadmalal…Con qué naturalidad me presentó a su madre divorciada y a sus hermanas como su amigo…y qué momentos en la playa. Nos desnudábamos en las grutas y ahí hacíamos el amor escondidos en los acantilados, nos revolcábamos entre conchas y caracoles, espermas y espumas, nuestros cuerpos cual milanesas recubiertos de arena… Eramos libres y jóvenes, hermosos e indolentes, con esa ligereza exigua y soberbia de la eterna juventud.
El verano tiene sus improntas y sus bemoles…y tiene tres meses y concluye indefectiblemente en marzo. Nuestra relación y nuestro sexo eran como nosotros: jóvenes, inexpertos e impacientes.
Hubo un fin de semana en que empezamos a desencontrarnos, él me dijo que estaría con unos amigos en un estudio de grabación por Paternal, sin dirección concreta o número telefónico alguno. El impulso del amor y el miedo a perderlo y a perderme me llevó a tocar timbres y golpear las manos para preguntarles a vecinxs azoradxs si conocían una sala de ensayo por la zona. Y así transpiré horas deambulando por varios barrios… enamorado, esperanzado, angustiado.
Ahí empecé a comprender muchas cosas, entre ellas que existen las historias de amor de verano y que sólo duran un breve e intenso momento y que la áspera atmósfera del otoño y de las urbes las torna casi inviables en el cemento.
Parafraseando y homenajeando a mi adorado Leonardo Favio, sostengo: “Federico… fuiste mío un verano, el inolvidable verano del ’89.”
Leonardo Favio, Fuiste mía un verano