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Ser pasivo.

Me giraste, y sin ningún tipo de reparo penetraste mi culo, que a estas alturas, estaba más abierto que todos los poros de mi piel junt...

Me giraste, y sin ningún tipo de reparo
penetraste mi culo, que a estas alturas,
estaba más abierto
que todos los poros de mi piel juntos.
 

Me invitaste a comer milanesas el verano.
Con tus bermudas playeras color azul y tu remera blanca, tenías el traje de chef más sexy que se puede pretender. El calor del horno te incomodaba y podía observar las gotas de sudor recorriendo tu carita, entre tanto me pedías que acomode las cosas sobre la mesa no sin antes poner individuales para no arruinar nada, y yo que al observarte no podía dilucidar entre un vaso y un tenedor, porque solo pensaba en como te incrustarías vos en mi.

Mi remerita  marrón, cortita, holgada, lo suficientemente amplia como para sentir la brisa en mi cuerpo, estaba ansiosa por separarse de mí. Yo te miraba, no dejaba de verte… me seducía como te manejabas en la cocina, me seducía verte gigante, imponente, sencillo, transpirado, cálido, fuerte, accesible.

De la cocina a tu habitación había una distancia de un jean, un slip, dos besos y una caricia. El atajo más interesante era mi mano entre tus piernas, y ahí fuimos, escapando del calor del horno para abrigarnos en la calentura que teníamos encima.


No dudaste nada en tirarme en tu cama, desnudarme, quitarte las bermudas, el boxer, y penetrarme sin preámbulos. ¡Te tengo pasivo! -dijiste-

A esta altura ya conocías lo que más me excitaba, y no dudaste en besar mi entrepierna, en recorrer mi sexo con tu lengua, en degustar cada uno de los pliegues de mi escroto y pija.
Cada uno de mis poros se abrió para recibir tu sudor, tu aroma, tu elíxir. Cada parte de mi piel se desnudó para invadirse de la tuya, y vos, con tu sexo erecto y latente, rígido y ansioso, ingresaste en mí nuevamente para no dejar dudas de que eras el mejor anfitrión.

El calor era intenso, y los gemidos estridentes. Te morías por ver mi boca hinchada de placer, mis dientes apretando mi labio inferior, la gota de sudor que recorría mi cuello mientras me tenías de espalda y me tirabas del pelo. Así que me giraste, y sin ningún tipo de reparo penetraste mi culo, que a estas alturas, estaba más abierto que todos los poros de mi piel juntos.

Lo abrí cómodamente dándote la bienvenida, y apreté mis muslos con toda la fuerza cuando te tuve dentro mío, y en ese juego de presión, de ir y venir, de llegar y de no, de labios rojos estallando de placer, no tuviste piedad y te estrellaste en mí con toda tu fuerza, llegando a lo más profundo de mi anatomía, penetrándome complet@, sin dejar un centímetro tuyo al descubierto. Todo tu sexo dentro de mi cuerpecito acalorado. Te apretaste contra mí tomándome de las caderas y llevándome hasta vos, inseparables, fusionados, fundidos en el sexo fuerte y sin contemplaciones.

Yo tenía la frutilla del postre y vos la crema.

Tú pija me dolía, pero cada vez que se hinchaba
para darme otro chorro de guasca sentía placer
.
 

Yo estaba estallando de placer en una seguidilla de orgasmos, sin siquiera tocarme la poronga, gritaba de desesperación, de dolor intenso, de ardor, de sufrimiento placentero de ése que sólo vos sabés darme, y de ése que tanto pero tanto te calienta.

Me ensartabas y decias: Tomá putito, tomá!, con tus huevos estrellándose en mi orto. Te gusta llevarme al extremo. Me besabas. (Me calentás mucho! Tengo la leche en la punta de la pija, decías).
Una mezcla de dolor placentero se adueñó de mi ser para abstraerme a ése momento culminante en donde alcancé el estado inigualable de elevación suprema. Era lujuria, desenfreno, frenesí, era todos los hombres y mujeres que en el estado más animal puedan existir. Era tu esclav@ teniendo el orgasmo anal  más sublime que se puede experimentar. Te sentí explotar dentro mio y toda tu avalancha láctea formaba en mis entrañas un mar de espuma blanca. Tú pija me dolía, pero cada vez que se hinchaba para darme otro chorro de guasca sentía placer. Te conté nueve, intensos...

Las milanesas, a esta altura, estaban hechas cartón. Pero ya no era necesario el almuerzo, porque el postre, había sido más que saciador. Me apretaste contra vos estrechándome con tus fuertes brazos y te dormiste un rato besándome, con tú pija semierecta, aún en mi orto totalmente dilatado, eramos uno.

Mariano Sepúlveda